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El país del consumo raro, la pizza desigual y el ajuste eterno

¿Escuchaste últimamente a algún funcionario del gobierno, algún Mileista puro —o uno de esos CEOs devenidos en voceros del ajuste— decir que “la economía se está recuperando”?

Porque al parecer, la nueva narrativa oficial es esa: que el consumo repunta, que el país va para arriba, que "el sacrificio está dando frutos". Claro, lo dicen como si estuviéramos viendo una película épica donde después de la guerra viene la paz y todos terminan bailando en la plaza.

Pero cuando bajás del relato y pisás la vereda, lo que ves es otra cosa. Acá no hay final feliz. Acá hay bronca, hay hambre, hay sueldos que no alcanzan ni para una promo de milanesas tristes.

Porque sí, es cierto que algunos consumos suben. Suben las ventas de autos, de motos, de casas incluso. Suben los créditos hipotecarios. Pero… ¿sabés qué no sube, sino baja?

  • Ni el consumo de leche.
  • Ni el de carne.
  • Ni el de fideos.
  • Ni el de productos de limpieza.
  • Ni el de medicamentos.
  • Ni el de dignidad.

El país en el que estamos es uno en donde se venden más autos que yogures. Es como si un médico te dijera que estás fenómeno porque tenés las uñas largas, aunque estés anémico y desmayado en la camilla.

Es el consumo que festeja Milei: el de los que compran bienes durables con dólares del colchón o inversiones especulativas que le ganaron a la inflación. Un país que aplaude que se compren motos mientras se vacía la heladera.

Y entonces, ¿para quién es esta “recuperación”? Porque si vos vivís de un sueldo o de una jubilación, no hay milagro ni repunte. Hay ajuste. Hay tijera. Hay un Estado que te mira de lejos y te dice “arreglate como puedas”.

Es simple: en esta Argentina hay ganadores y perdedores.

Y los perdedores somos la inmensa mayoría. Los que todavía creemos que laburar debería servir para vivir. Que tener 30 años de aportes debería alcanzar para no elegir entre el pan y el ibuprofeno. Que ir al súper no debería ser una experiencia cercana al terror psicológico.

Porque mientras te dicen que la economía se ordena, la realidad es esta: el 10 % más rico se lleva el 30 % del ingreso total del país. Y no es un chiste. Es oficial. Lo publicó el INDEC. La pizza de la economía tiene 10 porciones. Hay uno que se morfa tres, mientras los otros nueve discuten si la muzzarella es apta para celíacos.

Y lo más indignante es que ese 10 % no te mira. No aparece. No da la cara. Opina desde Miami. Invierte desde Nueva York. Y se queja por Twitter de que acá los mozos no sonríen.

El resto —nosotros— nos vamos comiendo los restos. Porque los salarios no solo no alcanzan: siguen cayendo.

En abril, el salario privado formal bajó un 2,5 %. El del sector público, 2,3 %. La única suba fue en el trabajo informal: ese que no tiene ni aguinaldo, ni obra social, ni sueños.

Y mientras tanto, el gobierno sigue haciendo giras de presentación como si fuera una startup buscando financiamiento. Van, muestran números, prometen más ajuste, más privatizaciones, más “orden macroeconómico”. Pero el mundo no se lo cree.

¿La prueba?

Argentina sigue clasificada como “mercado independiente”. Que suena bonito, casi heroico. Pero en realidad significa que para los fondos de inversión estamos a la altura de Palestina, Zimbabue o Ucrania en guerra. O sea: no existimos. No cotizamos ni como exótico.

Y encima, no hay chances de que eso cambie pronto. La próxima revisión será recién en 2026, y una posible mejora para 2027. Así que, si estabas esperando la lluvia de inversiones, te conviene sentarte… y llevar paraguas.

Y mientras tanto, el dólar baja en todo el mundo. Acá, sube. O mejor dicho: se aprecia. ¿Eso es bueno? No necesariamente. Es como festejar que bajó la fiebre porque el paciente murió.

El dólar se aprecia porque no hay demanda. Porque no hay importaciones. Porque no hay consumo. Porque no hay nada. El dólar se queda quieto porque todo lo demás se detuvo. Es el único que todavía respira en una sala llena de cadáveres económicos.

¿Y la industria? Bien, gracias. O mejor dicho: desapareciendo.

Cierran fábricas, se suspenden turnos, se apagan máquinas. Y el gobierno ni se inmuta. Porque el plan no incluye industria nacional. El plan es otro: exportar litio, carne cruda, y si pueden, también tu fuerza de trabajo. Pero barata, bien barata, sin sindicatos, sin paritarias, sin derechos.

Porque ese es el modelo: pocos ganadores, muchos perdedores. Un país hecho a medida de los que nunca perdieron.

Y no es improvisación. No es desprolijidad. No es que están “desbordados”. Ese es realmente el plan.

Es el sueño húmedo de los economistas de las planillas de calculo: salarios bajos, sindicatos débiles, Estado ausente, y un pueblo anestesiado mirando TikTok mientras le sacan la alfombra de abajo.

Pero ese plan tiene un límite. Porque —y esto lo decimos siempre en este programa— no es sustentable.

Podés ajustar durante un tiempo. Podés empobrecer durante un tiempo. Podés cerrar hospitales, congelar jubilaciones, arruinar la educación pública… durante un tiempo.

Pero llega un punto en que algo estalla.

Y ese punto no es una abstracción. Se llama hartazgo. Se llama bronca que no entra más en el cuerpo.

Porque no se puede sostener un país donde los sueldos reales se desploman, donde el consumo masivo cae a niveles de posguerra, donde la desigualdad crece, donde la esperanza es un bien escaso.

Entonces, volvamos a la pregunta inicial: ¿a quién le hablan cuando dicen que “la economía se está recuperando”?

¿A vos, que te quedaste sin laburo y hacés malabares con MercadoPago?

¿A tu vieja, que cobra la mínima y hace magia para que no le corten el gas?

¿A la piba del call center que trabaja seis días y no llega a alquilar un monoambiente?

¿A los jubilados que caminan hasta tres farmacias buscando el remedio más barato?

¿O le hablan al 10 % que no se entera de nada porque está en Punta del Este?

No hace falta hacer grandes análisis: la respuesta es obvia.

El modelo de Milei no es libertad. Es abandono. Es exclusión. Es ajuste para muchos, ganancia para pocos.

Y por eso, como hacemos siempre en este programa, y si nos sigue verá que le acertamos en varias cosas desde macri a esta parte, lo vamos a seguir diciendo: no hay que tragarse el verso. No hay que comprar el relato de la recuperación mientras el país se vacía por dentro.

Porque cuando te dicen que todo está mejorando, pero vos no lo sentís en el cuerpo… es porque te están mintiendo.

Y si te están mintiendo, hay que decírselo. A la cara.

Con datos. Con memoria. Con calle.

Y también, con humor. Porque si no nos reímos un poco de esta tragedia, terminamos llorando en cuotas.

Esto no es una editorial pesimista.

Es una advertencia.

Y también, una invitación: a no resignarse, a no comerse la curva, a no dejarse correr por los que solo vienen a llevarse lo poco que queda.

Porque el futuro no lo va a escribir ni Wall Street ni el FMI.

El futuro, o lo hacemos nosotros… o lo hacen contra nosotros.

(Editorial de Luis Demitre)

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